HISTORIA DE LA TEOCRACIA ECUMÉNICA

La Teocracia Ecuménica es, en si misma, una Comunión Soberana. Nacida de la voluntad de Dios, y por obra de El, en fidelidad a El se fundamenta. Nacida en los origenes, protegida por la solicitud Divina, fortalecida por amor del Pueblo de Dios, procurando captar toda la realidad y sabiduría de El, corregiendo sus propios errores, procurando adaptarse al ministerio que le competía, la Teocracia es hoy una magnífica tarea de trabajo.

Thursday, October 27, 2005

FUNDACIÓN DE CONSTANTINOPLA


La Fundación de Constantinopla.

El segundo hecho del reinado de Constantino cuya importancia — después del reconocimiento del cristianismo — se ha revelado como esencial, fue la fundación de una capital nueva. Ésta se elevó en la orilla europea del Bósforo, no lejos del mar de Mármara, sobre el emplazamiento de Bizancio (Byzantinum), antigua colonia de Megara. Ya los antiguos, mucho antes de Constantino, habían advertido el valor de la posición ocupada por Bizancio, notable por su importancia estratégica y económica en el límite de Europa y Asia. Aquel lugar prometía el dominio de dos mares, el Mediterráneo y el Negro, y aproximaba el imperio de los origenes de las más brillantes civilizaciones de la antigüedad.

A cuanto cabe juzgar por los documentos que nos han llegado fue en la primera mitad del siglo VII antes de J.C. cuando algunos emigrantes de Megara fundaron en la punta meridional del Bosforo, frente a la futura Constantinopla, la colonia de Calcedonia. Varios años mas tarde un nuevo contingente de megarios, fundo en la primera ribera europea de la punta meridional de Bosforo, la colonia de Bizancio, nombre que se hace derivar del jefe de la expedición megaría: Byzas. Las ventajas de Bizancio respecto a Calcedonia eran evidentes ya a los ojos de los antiguos. El historiador griego Herodoto (siglo V a. J.C.) cuenta que el general persa Megabaces, al llegar a Bizancio, calificó de ciegos a los habitantes de Calcedonia que, teniendo ante los ojos un emplazamiento mejor — aquel donde algunos años más tarde fue fundada Bizancio,— habían elegido una situación desventajosa. (1) Una tradición literaria más reciente, referida por Estrabón (VII, 6, 320) y por Tácito (An. XII, 63), atribuye esa declaración de Megabaces, en forma ligeramente modificada, a Apolo Pítico, quien, en respuesta a los megarios que preguntaban al oráculo dónde debían construir su ciudad, les dijo que frente al país de los ciegos.
Bizancio tuvo un papel importante en la época de las guerras médicas y de Filipo de Macedonía.

El historiador griego Polibio (siglo II a. J.C.) analiza brillantemente la situación política y sobre todo económica de Bizancio, reconoce la mucha importancia del intercambio que se mantenía entre Grecia y las ciudades del mar Negro, y escribe que ningún navío mercante podría entrar ni salir de ese mar contra la voluntad de los moradores de Bizancio, quienes, dice, tienen entre sus manos todos los productos del Ponto, indispensables a la humanidad. (2)

(1) Herodoto, IV, 144.
(2) Polibio, IV, 38, 44.

Desde que el Estado romano cesó de ser de hecho una república, los emperadores habían manifestado muchas veces su intención de trasladar a Oriente la capital de Roma. Según el historiador romano Suetonio (I, 79), Julio Cesar había formado el proyecto de instalar la capitalidad en Alejandría o en Ilion (la antigua Troya). Los emperadores de los primeros siglos de la era cristiana abandonaron a menudo Roma durante períodos de larga duración, a causa de la frecuencia de las campañas militares y de los viajes de inspección por el Imperio. A fines del siglo II Bizancio sufrió grandes males. Septimio Severo, vencedor de su rival Pescenio Niger, a cuyo favor se había inclinado Bizancio, hizo padecer a la ciudad estragos terribles y la arruinó casi completamente. Pero Oriente seguía ejerciendo poderoso atractivo sobre los emperadores. Dioclecíano (284-305) se complugo muy particularmente en el Asia Menor, en la ciudad bitinia de Nicomedia, que embelleció con magníficas construcciones.

Constantino, resuelto a fundar una nueva capital, no eligió Bizancio desde el primer momento. Es probable que pensara por algún tiempo en Naisos (Nisch), donde había nacido, en Sárdica (Sofía) y en Tesalónica (Salónica). Pero atrajo su atención sobre todo el emplazamiento de la antigua Troya, de donde, según la leyenda, había partido Eneas, el fundador del Estado romano, para dirigirse al Lacio, en Italia. El emperador fue en persona a aquellos célebres lugares. E1 mismo trazó los límites de la ciudad futura. Las puertas estaban ya construidas, según testimonio de un historiador cristiano del siglo V (Sozomeno) cuando, una noche, Dios se apareció en sueños a Constantino y le persuadió de que buscase otro emplazamiento para la capital. Entonces Constantino fijó definitivamente su elección en Bizancio. Cien años más tarde, el viajero que recorría en barco la costa troyana, podía ver aún, desde el mar, las construcciones inacabadas de Constantino. (1)

Bizancio no se había repuesto por completo de la devastación sufrida bajo Septimio Severo. Tenía el aspecto de un poblado sin importancia y sólo ocupaba una parte del promontorio que se adelanta en el mar de Mármara. El 324, o acaso después (325), Constantino decidió la fundación de la nueva capital e inició los trabajos. (2) La leyenda cristiana refiere que el emperador en persona fijó los límites de la ciudad y que su séquito, viendo las enormes dimensiones de la capital proyectada, le preguntó, con asombro: “¿Cuándo vas a detenerte, señor?” A lo que él repuso: “Cuando se detenga el que marcha delante de mí.”(3) Daba a entender con esto que guiaba sus pasos una fuerza divina. Se reunieron mano de obra y materiales de construcción procedentes de todas partes. Los más bellos monumentos de la Roma pagana, de Atenas, de Alejandría, de Antioquía, de Efeso, sirvieron para embellecimiento de la nueva capital.

Cuarenta mil soldados godos (“foederati”) participaron en los trabajos. Se concedieron a la nueva capital una serie de diversas inmunidades comerciales, fiscales, etc., a fin de atraer allí una población numerosa. En la primavera del año 330, los trabajos estaban tan avanzados, que Constantino pudo inaugurar oficialmente la nueva capital. Esta inauguración se celebró el 11 de mayo del 330, yendo acompañada de fiestas y regocijos públicos que duraron cuarenta días. Entonces se vio “la cristiana Constantinopla superponerse a la pagana Bizancio.” (4)

Es difícil determinar con precisión el espacio ocupado por la ciudad de la época de Constantino. Una cosa parece cierta, y es que rebasaba en extensión el territorio de la antigua Bizancio. No hay datos que nos permitan calcular la población de Constantinopla en el siglo IV. Quizá rebasase ya las 200.000 almas, pero ésta es una pura hipótesis.(5) Para defender la ciudad por el lado de tierra contra los enemigos exteriores, Constantino hizo construir una muralla que iba del Cuerno de Oro al mar de Mármara.

Más tarde, la antigua Bizancio, convertida en capital de un Imperio universal, empezó a ser llamada “la ciudad de Constantino,” o Constantinopla, y hasta, a continuación, meramente “Polis” o “La Ciudad.”(6) Recibió la organización municipal de Roma y fue distribuida, como ella, en catorce “regiones,” dos de las cuales se hallaban extramuros.

(1) Sozomeno, Historia eclesiástica, II, 3.
(2) V. J. Maurice, Les origines de Constantinople, Centenario de la Edad. Nacional de los Anticuarios de Francia (París, 1904), págs. 289-292. J. Maurice, Numismatique constantinienne, t. II, págs. 481-490. L. Bréhier, Constantin et la fondation de Constantinople, “Revista histórica,” t. CXIX (1915, p. 248). D. Lathoud, La consagración y dedicación de Constantinopla, Echos d'orient, t. XXIII (1924), pág. 289-94.
(3) Filostorgio, Hist. ecl. II, 9, ed. Bidcz (1913), pág. 20-21 y otras fuentes.
(4) N. Baynes, The Byzantine Empire (Nueva York-I.ondres, 1926), pág. 18.
(5) V. E. Stein, ob. cit., t. I, pág. 196. F. Lot, La fin du monde antique, pág. 81, núm. 5. A. Andreades se inclina a adoptar la cifra de 700.000 a 800.000 habitantes. (A. Andreades, De la población de Constantinopla bajo los emperadores bizantinos, en el periódico italiano Metron, Rovigo, 1920, t. I, pág. 8o). Bury dice que es probable que en el siglo ν la población de Bizancio fuese poco inferior a un millón de habitantes. (History of the Later Román Emperie, t. I, pág. 88).
(6) El geógrafo árabe Al-Masudi escribe en el siglo X que los griegos de su época, al hablar de su capital, la llamaban Bulin (es decir, la palabra griega Polín) y también IstanBulin (Stenpolin) y no empicaban el nombre “Constantinopla.”

No nos ha llegado ninguno de los monumentos contemporáneos de Constantino. Sin embargo, la iglesia de Santa Irene, reconstruida dos veces, una (la más importante) bajo Justiniano, y la otra, bajo León III, se remonta a la época de Constantino. Existe aun en nuestros días, y en ella está el Museo Militar turco.

En segundo lugar, la célebre columna (siglo V a. J.C.) elevada en conmemoración, de la batalla de Platea y transportada por Constantino a la nueva capital, donde la instaló en el hipódromo, se encuentra allí todavía, aunque algo deteriorada, en verdad. El genio intuitivo de Constantino pudo apreciar todas las ventajas que implicaba la situación de la antigua Bizancio desde los puntos de vista político, económico y espiritual.

Desde el punto de vista político, Constantinopla, aquella “Nueva Roma”), como se la llama a menudo, poseía ventajas excepcionales para la lucha contra los enemigos exteriores: por mar era inatacable y por tierra la protegían sus murallas. Económicamente, Constantinopla tenía en sus manos todo el comercio del mar Negro con el Archipiélago y el Mediterráneo, estando, así, destinada a cumplir el papel de intermediaria entre Asia y Europa. Desde el punto de vista espiritual, se encontraba próxima a los focos de la civilización helenística, la cual, a su fusión con el cristianismo, cambió de aspecto, resultando de tal fusión una civilización cristiano-greco-oriental, que recibió el nombre de bizantina.

“La elección del emplazamiento de la nueva capital — escribe F. I. Uspenski, — la edificación de Constantinopla y la creación de una capital mundial, son hechos que prueban el valor incontestable del genio político y administrativo de Constantino. No es en el edicto de tolerancia donde se encuentra la medida de su mérito, de alcance universal, ya que, de no ser él, habría sido uno de sus sucesores inmediatos quien hubiera dado primacía al cristianismo, el cual, en este caso, no habría perdido nada. En cambio, por un traslado oportuno de la capital del mundo a Constantinopla, salvó la civilización antigua y creó a la vez una atmósfera propicia a la expansión del cristianismo.”

A partir de Constantino, Constantinopla se convirtió en el centro político, religioso, económico y moral del Imperio.

SAN CONSTANTINO Y EL CRISTIANISMO



Constantino y el Cristianismo.

La crisis de cultura y de religión que atravesó el Imperio romano en el siglo IV, es uno de los fenómenos mas importantes de la historia universal. La antigua civilización pagana entró en conflicto con el cristianismo que, reconocido por Constantino a principios del siglo IV, fue declarado por Teodosio el Grande, a fines del mismo siglo, religión dominante y religión del Estado. Cabía suponer que aquellos dos elementos adversarios, representantes de dos conceptos radicalmente opuestos, no podrían, una vez iniciada la pugna, encontrar jamás ocasión de acuerdo y se excluirían el uno al otro. Pero la realidad mostró todo lo contrario. El cristianismo y el helenismo pagano se fundieron poco a poco en una unidad e hicieron nacer una civilización cristiano-greco-oriental que recibió el nombre de bizantina. El centro de ella fue la nueva capital del Imperio romano: Constantinopla.

El principal papel en la creación de un nuevo estado de cosas correspondió a Constantino. Bajo su reinado, el cristianismo fue reconocido, de manera decisiva, como religión oficial. A partir de la exaltación de aquel emperador, el antiguo Imperio pagano empezó a transformarse en Imperio cristiano.

De ordinario, una conversión semejante se produce al principio de la historia de un pueblo o Estado, cuando su pretérito no ha echado aún en las almas cimientos ni raíces sólidas, o cuando no ha creado más que imágenes primitivas. En tal caso, el paso del paganismo grosero al cristianismo no puede crear en el pueblo o Estado crisis profundas. Pero todo sucedía diferentemente en el Imperio romano del siglo IV. El Imperio poseía una civilización de varios siglos de antigüedad que, para su época, había alcanzado la perfección en las formas del Estado, y tenía tras él un gran pasado cuyas ideas y maneras de ver estaban como enraizadas en la población. Este Imperio, al transformarse en el siglo IV en Estado cristiano, es decir, al emprender el camino de un conflicto con su pretérito, e incluso a veces de una negación del tal, debía por necesidad sufrir una crisis aguda y un trastorno profundo. Era evidente que el antiguo mundo pagano, al menos en el dominio religioso, no satisfacía ya las necesidades del pueblo. Habían nacido nuevas exigencias y nuevos deseos que, en virtud de una serie de causas múltiples y diversas, el cristianismo estaba en grado de satisfacer.

Si en un momento de crisis de extraordinaria importancia se asocia a ella una figura histórica que desempeñe en el caso un papel preponderante, es palmario que se forma siempre en torno a esa personalidad, dentro de la ciencia histórica, toda una literatura que trata de apreciar el papel exacto del personaje en su época, así como de penetrar en las capas subterráneas de su vida religiosa. Una figura así es, en el siglo IV, la de Constantino. Desde hace mucho él ha suscitado una literatura inmensa, acrecida sin cesar en estos años últimos a raíz de la celebración, en 1913, del decimosexto centenario de la promulgación del edicto de Milán.

Constantino pertenecía, por parte de su padre, Constancio Cloro, a una noble familia de Mesia. Nació en Naisos, hoy Nisch. Su madre, Elena, era cristiana, y debía ser canonizada más tarde. Elena había hecho una peregrinación a Palestina y, según la tradición, descubierto allí la verdadera cruz donde Jesucristo fuera crucificado.Cuando, en el 305, Diocleciano y Maximiano, para ponerse de acuerdo con su propio sistema, abdicaron, retirándose a la vida privada, Galeno y Constancio Cloro, padre de Constantino, pasaron a ser augustos, el uno en Oriente y el otro en Occidente. Al año inmediato, Constancio Cloro murió en Bretaña y sus legiones proclamaron augusto a su hijo Constantino. A la vez estallaba en Roma una revuelta contra Galerio. La población rebelde y el ejército proclamaron emperador, en lugar de Galerio, a Majencio, hijo de Maximiano. Al nuevo emperador se agregó el viejo Maximiano, que recuperó el título imperial. Empezó una época de guerras civiles en cuyo transcurso murieron Maximiano y Galerio. Al fin, Constantino se alió a Licinio, uno de los nuevos augustos, y en 312, a las puertas de Roma, batió en una batalla decisiva a Majencio, quien, al tratar de huir, se ahogó en el Tíber, en las Piedras Rojas, cerca del Puente Mílvio. Los dos emperadores victoriosos, Licinio y Constantino, llegaron a Milán, donde, según la historia tradicional, promulgaron el famoso edicto de ese nombre, del que tendremos nueva ocasión de hablar. Pero la inteligencia entre ambos emperadores no duró mucho. Estallaron, pues, las hostilidades, concluidas con la victoria total de Constantino. El 324, Licinio fue muerto y Constantino se' convirtió en dueño único del Imperio romano.

Los dos hechos del gobierno de Constantino que debían resultar de decisiva importancia para toda la historia ulterior, fueron el reconocimiento oficial del Cristianismo y el traslado de la capital desde las orillas del Tifa en a las orillas del Bosforo, desde la Roma antigua a la «Roma nueva», es decir, a Constantinopla.

Al estudiar la situación del cristianismo en la época de Constantino, los sabios han centrado su atención, de modo particular, en los dos puntos siguientes: la “conversión” de Constantino y el edicto de Milán.

Monday, October 24, 2005

ESPÍRITU DEL SACRUM IMPERIUM


La Edad Media sintió el Sacro Imperio Romano como una prefiguración del Sacrum Imperium de los últimos tiempos, cuando habrá de manifestarse el Señor universal para reunir bajo su cetro a todas las naciones, para ejercer en el mundo su dominio de Rey y Sacerdote. (Teocrator)

El Advenimiento de este Imperio universal se hace coincidir idealmente con la unificación de todos bajo un solo Pastor "para que todos sean uno".

Es curioso, que en la Tradición Griálica uno de los sentidos del Grial, es gradalis, "libro": efectivamente el Grial es la escritura secreta, el Libro eterno en que se contiene la "Palabra igualmente eficaz" de la que habla el Corán.

Es esta palabra, desde el punto de vista islámico, la que establece y lleva a efecto el punto de encuentro entre las Gentes del Libro (Cristianos y Judíos) y Gentes de la Unidad (Islam).

En la Palabra del Verbo eterno, es el punto de resolución de la Torah, del Evangelio y del Corán y, añadimos nosotros, de toda espiritualidad verdadera y auténtica.

Por eso la era del Imperio universal coincidirá con la era del Espíritu Santo (preconizada entre otros por Joaquín de Fiore), con la era de la reunificación de todas las Tradiciones, que cooperarán armónicamente en la edificación del Reino de Dios sobre la tierra.

Thursday, October 20, 2005

SÍMBOLOS EXTERIORES


Los símbolos exteriores de Nobleza, los títulos y distinciones no son, en si mismos, “la Nobleza”. Son testimonios de ella. Son marcas de Honra, que señalan una trayectoria y dan testimonio de una obra cumplida. Son balizas de un camino que fue seguido con fidelidad, y que denotan fé. Por ellos mismos, no transforman a nadie, no hacen a nadir mejor que nadie. Pero procalama que una trayectoria fue observada y que un trabajo fue cumplido, que una conciencia de valores estuvo presente en una vida, y en una raza, que una misión se realizó.

Los Vanidosos, no aprecian los títulos porque no aceptan ser juzgados. Y los títulos llevan en si una noción de concepto, una idea de evalución del todo social, o de quien lo representa, sobre el individuo. Son expresiones de un concepto, solamente apreciadas por quien tiene conciencia de ser un servidor.

LOS TÍTULOS NOBILIARIOS


Los títulos nobiliarios, varian de acuerdo con la civilización de la cuál forman parte. Y porque los nombres y símbolos indicativos de méritos y valores también son diversos en su señalización exterior, hasta para los especialistas se vuelve difícil a veces conocer la equiparación entre unos y otros. En Occidente, por ejemplo, se fijo con el tiempo una jerarquía bien conocida. De menor a mayor, se tienen, Barones, Vizcondes, Condes, Marqueses, Duques, y excepcionalmente, Príncipes. No se trata de una jerarquía funcional, mas que una Escala que procura expresar la extensión de servicios, méritos y valores humanos.

DERECHOS SOBERANOS


Enseña el Derecho Nobiliario, que un soberano efectivamente reinante ostenta cuatro poderes esenciales, que constituyen “la soberanía”: el “ius imperii” (o derecho de mando), el “ius gladii” (o derecho de guerra), el “ius maiestatis” (derecho de ser honrado como tal), y el “ius conferendi honorum” (o derecho de conferir honras). Cuando pierde el poder territorial, los dos primeros derechos quedan suspendidos cuanto a su ejercicio. O sea, permanecen en la persona que los poseía, “in pectore et in potentia”. En cuanto los últimos dos, el “ius maiestatis” y el “ius honorum”, permanecen efectivos y activos.

Obviamente, el “ius maiestatis”, o derecho de ser honrado como tal, depende de la persona, en continuar su linaje. En cuanto al “ius conferendi honorum”, este será ejercitado en la medida en que las circunstancias lo permitan y el ministerio de la Dinastía fue cumplido. Este ministerio, no es necesariamente político, debe de tener como objetivos la promoción de los derechos humanos, como incentivo para la práctica de las virtudes, la beneficencia, la cultura, la acción comunitaria, en beneficio de un todo social. Es esta, fundamentalmente, la acción ejercida por las Dinastía Teocráticas, no reinantes, a favor del Pueblo de Dios, como co-autoras de la Redención.

Es de salientar, porque títulos y honras conferidos deben de ser expresión de un derecho legítimo, que el “ius conferendi honorum”, inherente a los Jerarcas Dinásticos y/o Apostólicos, tienen un caracter de universalidad. O sea, en el cumplimiento de su ministerio, incentivar y promover virtudes y méritos, príncipes y patriarcas pueden honrar libremente a quien consideren digno de tal reconocimiento, independiente de nacionalidad o de naturaleza, de raza o de credo. Esta definición, que interesa a la defensa del “ius conferendi honorum” de Jefes Dinásticos y Patriarcas, es ampliamente comprobable. Basta con repasar visualmente por las relacines nobiliarias de estados, dinastías y comunidades religiosas.


Otros instrumentos de servicio de que disponen las Jerarquías Apostólicas, para cumplir bien su tareas, son las ordenes de caballeria, en sus diversos aspectos y manifestaciones. Son cuerpos organicamente constituídos, basicamente fraternales, con objetivos especificos de trabajo social, de cultura, de culto o de preservación de la conciencia ancestral, siempre obserbando la promoción y enriquecimiento espiritual del Pueblo de Dios.


(....)Que esta obra genealógica sea un instrumento de unión y de cultura, de conciencia de valores y de ideales (..). Mas, encima de todo, que sea un lucero a marcar el camino ya recorrido y un precio de justo agradecimiento de aquellos que tan noblemente transitaron por la vida, legando un patrimonio espiritual de valor incalculabre y una suma de virtudes vividas y ejemplificadas que, por si mismas, dan testimonio de nobleza impar y sabia devoción. Que, la imagen del pasado, y el futuro de este linaje, sea de valiosos servicios, de vidas dignas, y de acciones edificantes.

CONCESIÓN DE TÍTULOS NOBILIARIOS


Una respuesta simple a una pregunta simple: ¿quien puede conferir títulos de nobleza?. Solamente aquellos que poseen, por origen o ministerio el complejo de Poderes, que constituyen la “Soberanía”. No aquella soberanía genérica, poseída por el pueblo que siempre escogió mandatarios de algún nivel. Mas la verdadera Soberanía específica, nacida de la Historia, aureloada de significación transcendente – por una larga cristalización de conceptos y tradiciones – y fundamento y característica de minsiterios basados en la Obra de Redención del Pueblo de Dios.

De quienes son los que dententan la “soberanía”, nos responden los especialistas y las Sentencias, especialmente de las Cortes Supremas de algunas naciones, exponentes de la Cultura y maestras en el respeto del derecho de las entidades. Son, en el dominio de lo que podería llamarse de “soberanía espiritual”, en los Jefes de las Iglesias Históricas y de Comunidades asimiladas, O sea, Su Santidad el Papa, Sus Santidades los Patriarcas Ortodoxos, en las diferentes comunidades singulares, y los Primados de algunas otras Iglesias Históricas. Y, mas allá de esto, y fundamentalmente, por ser los pilares detentores de la “soberanía” los Jefes de las Familias Dinásticas, reinantes o “ex-reinantes”.

No se busca insertar aquí ninguna connotación de orden políticoy partidaria. Así como un golpe de estado no puede “deshacer” la Historia, cualquier ley o pronuncamiento, sea oriundo de quien fuera, no puede destruir el contexto de una familia, aquello que ella realizó y en ella se fundamentó, la Luz de condición, servicios y merecimientos.

Lo máximo que una dictadura puede hacer, o lo que la fuerza bruta puede operar, lo que la Ïgnorancia y el Fanatismo pueden imponer e impedir, por momentos de la Historia, es la manifestación y exteriorización de simbolos e ideas. Mas, ultrapasadas las fases agudas de convulsión, o deteriorado el poder de los dictadores, el equilibrio se restablece, y la serenidad re-asume su lugar, y los ideales generosos, y sus ideas, a la par que los símbolos sagrados vuelven a iluminar los caminos de los Pueblos, porque, inscritos en la orden natural de las cosas, expresan valores perennes y tienden hacia el infinito.

NOBLEZA TEOCRÁTICA


“Ser noble” no significa “Ser mejor”. En términos de espiritualidad y de realidad social, significa tener conciencia de un legado recibido graciosamente en el evolucionar de las Generaciones. Significa procurar ser digno de ese legado y, fundamentalmente, significa tener conciencia de una obra a realizar y de una misión a cumplir. Nobleza no significa ostentación o vanidad. Significa noción y vivencia de un ministerio social – en donde mérito, virtud y ejemplo son como fuerzas que ilumnan caminos y construyen vidas-. Asi como familiares que se pierden en el camino, no anulan la esencia y la misión de Nobleza. Como grupo, la nobleza tiene dos amplias puertas; aquella de entrada, que se atraviesa con el trabajo, por el mérito, por la virtud, por la conciencia de valores espirituales y sociales; y la de salida, que se abre por el desmérito, por la no consecución de acciones o de actitudes, por la perdida de valores con los cuales deben de distinguirse los Hijos de Dios.

La Nobleza es un “estado”, que se sublima en la alma de cada uno. Es un complejo de valores y de virtudes, de acción y de trabajo. Decir en verdad, que la Nobleza tiene varias caras, y que cada uno la vive y ejercita conforme a su propia vocación. Es, en síntesis, una manifestación de la conciencia de ser Hijo de Dios y su Servidor. Porque nadie puede decirse “Hijo de Dios” sin vincluarse intimamente a una de las múltiples manifestaciones del Ministerio Redentor.

DEPOSITARIOS DE LA AUTORIDAD


Para la Teocracia Ecuménica, la autoridad tiene depositarios ciertos. Y los representantes y depositarios de esa autoridad surgen en esta Genealogía, en momentos diversos, a cumplir su misión y ejercer su ministerio. Recompensan el mérito con marcas distintivas, promueven los valores humanos, enaltecen la virtud, distinguen la generosidad. Es la propia familia –objeto honroso de este breve estudio, por su origen, meritos y virtudes insignes, a la par de la conciencia de origen y de misión – integra, de derecho, ese ministerio que trabaja por la efectivación del Imperio de Dios, encuanto este es la base del Crecer de la Humanidad.

GENEALOGÍA


“Una obra de genealogía es siempre un monumento a la memoria ancestral”. Y en algunos casos, es también un testimonio de fe y de amor, a quién transitó por este mundo antes que nosotros. Es una reverencia a valores ejemplificados, a sacrificios vividos con dignidad, y sueños alentandos con ideal y con esperanza.
Es así como entendemos la Genealogía. Ella nos posibilita caminar por el tiempo, siguiendo trayectorias y observando luchas. Ella nos da una macrovisión de la evolución de la Humanidad. Reafirma actos, descortina horizontes que un día fueron acción efectiva, de antepasados nuestros que fueron actores en el teatro real de la vida.

La Genealogía es realidad pura. Es el hombre en el tiempo para construir el mundo, a sembrar el futuro, a trazar caminos. Es , mismo que paremos en el límite de nuestro pequeño mundo, aún aquí son milenios de luchas, de sueños, de dolores y de glorias. La Genealogía coloca dentro de nosotros, en una dádiva de realidades vividas toda la gran trayectoria del ser humano. ¡ Nuestra Trayectoria !

Nosotros somos la herencia de otros. En una cadena de infinitos, somos uno más. Nacemos con una realidad y continuamos esa realidad. Cogemos una herencia en el tiempo. La cogemos a niveles diversos. Y la transmitimos también a diferentes niveles. La Genealogía revela una profunda relación de corresponsabilidad. Evidencia, en el tiempo y en el espacio, presencias que coordinan, que impulsan, que iluminan. A par de otras, que cumplen ministerios menores, mas no menos importantes. Es la gran labor del Pueblo de Dios en camino de la Redención y de la felicidad perfecta.

¿Por que estoy a decir todo esto?. Porque deseo que todos comprendan el sentido y el objetivo de esta obra de Genealogía. Ella revela, en los siglos de Historia que repasa, aún que enfocando de leve el caminar de cada uno, la trayectoria de ancestros que fueron coadjutores eficientes en la construcción de un mundo y de una Civilización. Sus aciertos, y sus errores, para ser válidos y permanecer útiles, deben constituir marcos a delimitar caminos y luces para distinguir metas.

(..) ¿Que se encontrará aqui?. El desenvolvimiento y el andar de una familia que permanece generosa en su fidelidad al ideal, rogando por la fe que el Redentor nos dió a todos. Ese ideal, que es la vida presente y ministerio operante, vuelto para la Eternidad, exige la inserción de quien es fiel a aquellas instituciones que cumplen ministerios en la obra redentora. Eso explicaría y justificaría, si fuera necesario, la trabajosa presencia de representantes de la Familia en Instituciones de Reverencia a la memoria Ancestral y de fraterna solicitud humana. Mas, con la Gracia de Dios, en los días de hoy, no se hace necesario explicar actitudes y opciones. Actitudes y acciones, tomadas libremente por los Seres Humanos, que se fundamentan en la realidad mayor de los Hijos de Dios, en la libertad y en la misión que les es inherente, connatural y asumida en consecuencia de compromiso consciente que les impone la filiación divina.

Esta es, pues, una genealogía y una historia que se inserta en un contexto ideológico. No es algo suelto y perdido en el “Mundo”, mas es una trayectoria de quien realiza un trabajo y cumple un ministerio. La Teocracia Ecuménica, nacida de la Historia, comunión de hombres y mujeres de ideal, obreros de Dios, y representantes de su voluntad, en la medida que esta es manifestada a nuestra Humanidad, realiza acción permanente de construcción en cada uno y en un todo social, del templo individual y del gran templo común. Es la obra solidaria del Imperio de Dios.

FAMILIAS DINÁSTICAS


Todas las Familias Dinásticas expresan, de algún modo, una alianza entre Dios y la Humanidad. Es la Monarquía Divina que se expresa a través de Sus Legados en este plano de vida.

Por mas significativas que puedan ser las criticas de actuación de algunos soberanos, estos son siempre una minoría ante el gran número de aquellos que se han inmortalizado por la sabiduría, y fidelidad devota a sus pueblos.

Desde el siglo XVII, cuando la Historia comenzó a ser vergonzosamente mistificada por muchos “enciclopedistas” y por una variada gama de “filósofo”, legando un montón de distorsiones y mentiras, que conseguirán proyectar hasta el final de los tiempos, una casta de enemigos de la Tradición de Dios. La consecuencia de estos actos fue un desorden psicológico y social, que avaló muchas convicciones y perturbó el equilibrio de muchas personas.

La propia sacralidad de la familia, fue puesta en duda, o negada, y el resultado fue el sacrificio de muchos sueños, del equilibrio y del respeto que debe dirigir las relaciones humanas.

Pero, todos los errores tienen un ciclo limitado de vida. Y, en la segunda mitad del siglo XX, comenzara las contestaciones y la revisión de muchos Caminos. Si hubo exageración en algunos momentos, y si el equilibrio no fue alcanzado en todos los segmentos, esto tiene una importancia relativa. La eclosión de nuevas posiciones, el despertar de muchos en la búsqueda de la verdad, la destrucción de preconceptos y el distinguir lo que es principal y verdadero de lo que accesorio, dispensable o mentiroso, posibilitó y determinó el surgir de una nueva mentalidad, y la percepción de nuevos horizontes y de la búsqueda de caminos mas auténticos.

Se puede decir que hubo un renacimiento ideológico y un despertar de Conciencia Ancestral. Los viejos estereotipos se sumergirán en el campo oscuro del olvido. El fanatismo cedió su ligar al equilibrio. Y, la generaciones – padres y abuelos – que habían preservado su memoria, a los jóvenes que renacerán para el mundo de la Tradición, la Cultura y la Filantropía. Y hoy, son millares los que se aproximan a las Organizaciones Tradicionales y se encantan en los caminos de la Historia, redescubriendo la Verdad de la Memoria Ancestral, y se incorporan en las Instituciones que cumplen el Ministerio Co-Redentor.

Mas allá de ese emocionante cuadro de evolución psíquico-social, es igualmente emocionante observar, con respeto y veneración, aquellas familias e Instituciones que a través de los siglos en el ejercicio de un ministerio específico, trabajando por la preservación de tradiciones ilustres y por la promoción de los valores humanos, difundiendo conocimientos y realizando obras de filantropía. Todo esto da testimonio de una permanente solicitud por la Humanidad y su evolucionar para mejor, o como dicen los sabios, “… su caminar para el encuentro de la Felicidad Perfecta.”

Obsérvese, por ejemplo la obra que realiza la Teocracia Ecuménica, heredera y sucesora de la Teocracia Romano-Bizantina. En el dominio de la preservación de las tradiciones, de la cultura, de las obras humanitarias, en el ejercicio de un ministerio permanente en beneficio de la Humanidad entera, fiel al carácter universal y civilizador el Sacro Romano Imperio, la Teocracia es el mayor ejemplo de instituciones cuya acción de trabajo son gratos a Dios y Sus Designios.

Con la orientación de la Antiquísima y Augustísima Familia Imperial y Real Apostólica de los Romanos, DOMUS AUGUSTA, y con la fiel cooperación de decenas de ilustres instituciones patrimoniales – independiente de connotaciones político partidarias – atentas apenas al carácter espiritual, cultural y filantrópico inherente a la Soberanía Dinástica, esas familias venerables realizan un magnífico y relevante trabajo. Su único objetivo el crecimiento espiritual de la Humanidad. Sin alardes, esas familia protagonizan un trabajo de reverencia a sus Ancestros, valorizando la Familia y despertando la conciencia de todos para los que los valores que iluminan la trayectoria de la Especie Humana. Atenta solamente al ideal redentor que las anima y en la Fe que las señala en su Caminar en el Tiempo.

A par de las Dinastías que la integran, la Teocracia reúne también Comunidades Eclesiásticas históricas, unidas en torno del Dyarkés Autokratés y del ideal del Sacro Trono Primacial. Entre estas, por su fidelidad, se distinguen las Autocefalías Eclesiásticas Filo-Cesarienses, que desde el año 1.453, preservan su unidad en torno a un Príncipe cuya autoridad deriva del hecho único en la historia, de representar al XIIIº Apóstol, San Constantino “El Grande”, 1.692 años después de su elección por la Gracia y Voluntad de Dios. Se puede decir que, aquí, impera la fidelidad a un valor histórico y teológico, encima y mas allá de intereses materiales. ES EL BENEFICIO DE LA FE PERFECTA Y DEL RESPETO AL DIOS CREADOR Y ÚNICO.

Además, otras Instituciones ilustres y Beneméritas, Ordenes Ecuestres y Religiosas, Fraternales, Místicas y de Honra, Academias e Institutos Culturales, vuelven vigoroso el trabajo realizado. Importante es referir, de modo especial, las Tradiciones, o grupos que perpetúan memorias venerables, y es la obra realizada de S.M.R.I. el Príncipe Teocrático Don José Manuel (Q.D.G.), Presidente de la Fundación de la Teocracia Ecuménica (ORTHEO). La mano benefactora del Príncipe derrama millones de dones sobre obras filantrópicas, mas allá de diferencias raciales o religiosas y está atenta simplemente al bien que realiza. Su página (http://www.ordenbonaria.org/) es un testimonio elocuente de una obra impar.

Artículo publicado en la revista Tradición, Cultura y Filantropía (BRASIL), por
S.B.S. D. SAUL IIIº KAESAR AUGUSTUS
Pro-Patriarca
Presidente de Honra del Instituto de Historia Medieval de Cataluña (España)
Miembro de Honra de la Academia Heráldica de Colombia.
Catedrático de la Academia Brasileña de Ciencias Sociales y Políticas.
Profesor del Curso de Genealogía y Ciencias Heróicas de la P.U.C.R.S..

Wednesday, October 19, 2005

FOTO DE PALMIRA

CASA IMPERIAL DE TADMUR - PALMIRA




Célebre, legendaria, mítica, fabulosa, vetusta, gloriosa, ilustre. Pocos lugares en el mundo pueden presumir de tantos adjetivos. Y Palmira es uno de ellos. Conocida desde el siglo XIX a.C., escala de las caravanas que recorrían la Ruta de la Seda, ciudad-estado en su apogeo durante el tercer siglo de nuestra era, maltratada por las guerras de la antigüedad y finalmente devorada por las arenas del desierto, Palmira es hoy meca de viajeros, y en el pasado semilla de Reyes.
Enclavada en el desierto sirio, entre la capital, Damasco, y el bíblico río Eúfrates, sus ruinas emergen en una pedregosa planicie junto a un oasis y una ciudad llamada Tadmur. Esta última, impersonal, gris, llena de hoteles y con campo de fútbol, alberga 40.000 almas. Pero Palmira no necesita de esas almas para tener personalidad propia. Porque la tiene, alma femenina, sin duda.
La "Cleopatra de Siria".

Y es que si hay una ciudad en la Historia ­sí, sí, con "H" mayúscula­ que deba su esplendor a una mujer, esa es Palmira. Y ella fue la reina Zenobia, la Cleopatra de Siria, quien allá por el siglo III consiguió extender los dominios de la urbe y hacer frente a la todopoderosa Roma. Y eso que su reinado duró unos escasos seis años. Pero la reina Zenobia no sólo se lanzó a una loca y suicida carrera bélica de conquistas que le costó el trono y, según qué cronista, la libertad o la vida. También levantó edificios y erigió estatuas. Solamente en el ágora había más de 200 esculturas de nobles, magistrados, capitanes y comerciantes.

Consiguió hacer una Palmira tan rica y avanzada que tenía su propia lengua y su propio arte, el palmirino, que tuvo en la piedra caliza y dorada de las montañas que rodean la ciudad su materia principal.

Hoy, después de que los arqueólogos la rescataran del olvido a comienzos de este siglo, cuando ya sólo unos pocos beduinos buscaban refugio en sus milenarias piedras, es ese arte el que reclama la atención del viajero.

Un té bajo las ruinas.

El bostezo perpetuo del arco triunfal da paso a la gran columnata de más de un kilómetro de longitud. A su sombra ya no descansan los nobles palmirianos ni las legiones romanas conquistadoras. Ahora, beduinos y sirios, traídos para repoblar la zona, toman té y aprovechan la ocasión para intentar vender a los escasos visitantes enmohecidos puñales y kilims multicolores. Mientras, engalanados camellos esperan al sol que cualquier turista quiera inmortalizarse subido a sus lomos.

Y a lo lejos, algún niño indiferente ante los sujetos de pantalón corto y cámara fotográfica en ristre conduce sus ovejas entre las ruinas para que pasten. Porque en Palmira no hay vallas ni carteles de prohibido pasar.

Como lo fue en tiempos de la reina Zenobia, Palmira aún es una ciudad abierta. La calle principal da paso al espectacular tetrápilo, donde se encontraba la estatua, hoy ausente, de la célebre monarca. Y a la izquierda, el teatro. Y el ágora. Y al fondo, lo que queda de los edificios del campo de Diocleciano.

El templo de Bel.

Cerca está el pórtico, que todavía sigue en pie, del templo de Nabú, el dios de los oráculos. Más allá, un poco alejadas, se levantan altivas las torres funerarias de las familias nobles de la ciudad. Y frente al arco, el templo de Bel, cuyo inmenso patio de 210 por 205 metros repleto de columnas deshechas por el viento es el fiel reflejo de las vicisitudes históricas de la ciudad. Así, este templo pasó de lugar de sacrificio en honor al dios Bel a ser una iglesia en la época bizantina, una fortaleza con los árabes y una mezquita con los mamelucos. Su esplendor se acabó en el siglo XV, cuando un saqueo lo destruyó, junto a toda la ciudad, y convirtió esta maravilla en un montón de ruinas que ya sólo sirvieron para que la policía del desierto lo utilizase en sus ejercicios y las tribus nómadas encontraran refugio en las frías noches.

De color azafrán.

Cuando el sol busca el reposo del horizonte es el momento de subir hasta el Qalaat Ibn Maan, una fortaleza árabe del siglo XVII que corona una montaña cercana.
Allí, en lo alto, con la única compañía del austero castillo, el espectáculo de los últimos rayos del astro rey tiñendo de color azafrán las milenarias ruinas justifica con creces que a esta ciudad siria, a Palmira, se la conozca como la Reina del Desierto, origen de la Casa de los Mégalogennêtos Kyrios Basileus Basilión, se lo merece.

Tuesday, October 18, 2005

SAN CONSTANTINO "EL GRANDE"


Mucho es lo que se puede decir de Constantino, el gran emperador romano que se destacó como militar y hombre de mando férreo, pero aquí nos dedicaremos a analizar su influencia en el futuro Imperio Bizantino.

Como reseña de su vida de César y Augusto podemos decir que venció a todos los enemigos internos, todos grandes hombres, Maximiano, Licinio, Magencio, aún con ejércitos menores en número.

Cuando estuvo solo al frente de Roma consolidó las reformas de Diocleciano, aunque él fuera el principal responsable del derrumbamiento de la Tetrarquía, debido a sus ambiciones personales.
En cuanto al ejército dio mayor importancia a la caballería, tanto en número (aunque seguía siendo inferior a la infantería) como en la parte estratégica.

Su decisión en el año 325 de fundar una nueva capital sobre Bizantium, antigua colonia griega, transformó el mundo romano como ninguna otra, significando al mismo tiempo el acta de defunción para el mundo romano occidental, ya lejos de la capital y casi abandonado a las invasiones de los bárbaros, y la milenaria perduración del Imperio en Oriente, más próspero y estable, económicamente pujante y con grandes cantidades de terreno cultivado y en paz.
Iluminado por supuestas visiones cristianas, como la famosa visión de la cruz antes de la batalla de puente Milvio contra Magencio en Roma, en otra de sus grandes decisiones dio libertad a los cristianos para ejercer su culto en el Imperio (si bien esto era iniciativa de Licinio cuando éste era el amo de oriente, Constantino hizo suya la idea plasmada en el edicto de Milán), y asimismo estimuló la construcción de iglesias, aunque sin prohibir a los paganos, lo que significó un cambio enorme para el nuevo Imperio, que con el tiempo derivó en el Imperio cristiano de Bizancio.
Preocupado por las polémicas entre los cristianos ortodoxos y los arrianos, que eran muchos y tenían especial preponderancia en el ejército y los bárbaros que vivían en el Imperio, y consciente de que se necesitaba una sola religión unificada y fuerte, convocó al concilio de Nicea en 325, donde finalmente se condenó a Arrio y al arrianismo.

Acostumbraba aparecer en público, en los concilios y ante la corte vestido con las ropas mas lujosas, cargado de adornos de oro, al estilo oriental, marcando un antecedente del emperador que gobierna rodeado de riquezas en nombre de Dios, aunque Diocleciano ya había dado muestras de ello en su corte de Nicomedia.

Este hecho no impidió su bautismo cristiano en su lecho de muerte, tal vez con la esperanza de la redención y perdón, ni su santificación por parte de la Iglesia, la cual le debe gran parte de su existencia, y su afianzamiento en el Imperio.